Cuando nos sentimos heridos o humillados, cuando creemos ser injustamente tratados o tenemos el convencimiento de que se han aprovechado de nuestro talento y buena voluntad, o de nuestra amistad y cercanía, es difícil perdonar a aquellos que no han sabido ver nuestra valía y olvidar los agravios. No hay ofensa mayor que el orgullo herido, la ingratitud o la falta de reconocimiento. Es entonces cuando la decepción de apodera de nuestro ánimo y el rencor anida en nuestro interior no dejando lugar para el perdón pues no existe motivo alguno.
La realidad es bien distinta porque con el perdón llega el olvido y con él la liberación. Perdonar es liberar al alma de las ataduras del rencor. Es traer paz a esa guerra creada internamente. Al perdonar dejamos de estar sometidos al agravio, minimizando sus daños emocionales. La mejor medicina es dejarlo marchar para que se pierda en el olvido del tiempo y abrirnos a nuevos horizontes que nos hagan descubrir diferentes verdades por las que merezca la pena luchar y esforzarnos. Puede que esto sea una razón suficiente para perdonar.
El perdón libera el alma y nos proporciona paz.
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Me gusta mucho.
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Me ha gustado el enfoque. Feliz día
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