Siempre me ha llamado la atención la expresión » sin techo» para referirnos a aquellas personas que no tienen un lugar donde vivir, donde pasar la noche; a lo que en otros tiempos se les llamaba vagabundos. «Homeless» es sin duda el término equivalente en el idioma anglosajón. Sin embargo a mí me sugiere algo más profundo porque en realidad quiere decir sin hogar. Lo cual implica una doble pérdida: la material por no tener un lugar donde refugiarse, donde establecerse y la imposibilidad de tener un sitio de referencia donde puedan realizarse personal y emocionalmente. Un lugar para poder soñar y tener proyectos de futuro. El hogar proporciona raíces, identidad y esperanza. Todos ellos, por los avatares de la vida, son privados de todo ésto.
Cuando me puse a pensar sobre este tema me di cuenta de lo afortunada que era. He nacido y vivo en una familia media acomodada que ha conseguido su estatus con esfuerzo, pero con posibilidades. La vida me ha brindado oportunidades y afortunadamente, no he sido testigo de la pobreza en mi entorno social. Soy consciente de que, como yo, hay millones de personas que que pasan por la vida cruzándose en su camino con muchos hombres y mujeres invisibles que amenazan nuestra zona de confort. La lucha entre la compasión y el rechazo aparece ante nuestras conciencias. No podemos mirar para otro lado porque a nosotros no nos toca de cerca. En España hay todavía un alto índice de pobreza, pequeño comparado con otras partes del mundo, en absoluto deseable. Afortunadamente hay muchas asociaciones no gubernamentales que hacen una gran labor humanitaria y que debemos apoyar y potenciar, contribuyendo con nuestras actitudes y aportaciones. Los gobiernos como administradores de las riquezas colectivas deben emprender acciones que sirvan para erradicar la pobreza en los países del mundo. Todos, en cierta medida, somos responsables.
La pobreza no es únicamente la falta de bienes materiales o incapacidad para cubrir las necesidades básicas. La pobreza está presente en aquellas personas que tienen carencias y éstas pueden ser de muchas clases: afectivas, sociales, económicas o espirituales.El fracaso de una sociedad radica en la existencia de la pobreza. Es un momento propicio para la reflexión y la acción. La sociedad necesita un cambio radical.
La pobreza espiritual está reflejada en la carencia de valores que rigen la vida cotidiana de sus ciudadanos, que comienza con una falta de formación educacional porque ésta no está basada en sólidos modelos de honestidad, dignidad y empatía. En nuestra sociedad se da prioridad a la consecución de los fines, sin importar los medios empleados para conseguirlo. El poder y la influencia son fines en si mismos y a veces se consiguen a cualquier precio.Tener una conciencia social solidaria es un paso hacia delante en la lucha contra la pobreza. Educar en la solidaridad hacia los más desfavorecidos es una semilla plantada para la construcción de un mundo mejor.
By Lola Velasco V.