Llevamos años viendo como proliferan programas de entretenimiento televisivo donde la falta de respeto y la dialéctica inundada de injurias y descalificaciones llenan los platós de televisión. Sin ir más lejos, el último programa de la elección del representante de España en Eurovisión fue una muestra de reacciones desproporcionadas de un público irrespetuoso y maleducado. Este hecho podría ser simplemente una anécdota más, pero desgraciadamente semana tras semana presenciamos como líderes representativos y elegidos democraticamente por los ciudadanos son capaces de igualar e incluso superar semejantes y erráticas conductas en las sesiones parlamentarias.
El espectáculo circense que dan algunas de sus señorías en el hemiciclo es digno de tener en consideración y preocupación, entrando a formar parte de ese anecdotario que da sustento a tantas tertulias de los medios de comunicación. La actualidad tranquila y sosegada carece de interés para el público, o así nos lo hacen creer, aunque la realidad sea bien distinta.
Con cierta frecuencia aparecen noticias en la prensa de insultos y vejaciones en las redes sociales amparados en el «anonimato», no siempre condenados porque se acogen a la libertad de expresión. Así mismo, estamos presenciado como el espíritu deportivo se ve eclipsado por las actitudes antideportivas de algunos de los asistentes en los partidos de fútbol. Llega el momento de preguntarse que estamos haciendo mal y por qué en la sociedad están apareciendo con más frecuencia conductas de estas características.
La ideas progresistas de una sociedad más justa e igualitaria basada en principios de solidaridad y democracia, de respeto y tolerancia se están yendo al traste poco a poco. Se diluyen en esa amalgama de ideologías varias, cuyo principal fin es ocupar un sillón cueste lo que cueste aunque tengan que vender su alma al diablo. Los auténticos valores pasan a un segundo plano porque la lucha tiene que ser encarnizada; yo o el contrario. No podemos bailar juntos.
Aceptar lo que no nos gusta, pero representando a una mayoría, es una de las premisas de la vida democrática. Cualquier ciudadano se merece tener opciones formativas, educativas, religiosas, de pensamiento y poder expresarse libremente sin miedo a las represalias de extremismos antisistema, que lo único que persiguen es la quiebra social. Todo tiene un límite y la libertad de cada uno debe respetar los derechos y la dignidad del otro. La responsabilidad y la conciencia son siempre de carácter individual e intransferible.
By Lola Velasco Vélez