
Corrupción es en muchos casos hipocresía, pretendiendo dar una imagen no real y vender una falsa apariencia que nos aporta prestigio y reconocimiento social. Pueden ser la santa esposa, el santo varón, el empleado ejemplar, o los hijos modélicos que sin serlo pretenden parecerlo. La falsa apariencia también es corrupción porque es un engaño que implica la renuncia de nuestro propio yo. Es actuar en contra de nosotros mismos en aras de la consideración social.
Corrupción es desafiar los propios ideales dejándolos inertes en las cloacas de la vida pública. Las compensaciones, los regalos, las comisiones obtenidas por acciones fraudulentas son, sin duda, la cara más despiadada de la corrupción que todos rechazamos. Nos llama la atención cuando se trata de sumas millonarias, pero parecen carecer de valor cuando el ciudadano no es ni político ni millonario.
Hay muchas maneras de ser corruptos sin tener cuentas opacas en paraíso fiscales. Falsear un currículum, dejar de pagar el IVA en una factura, cambiar de criterio para devolver un favor a un tercero o dar un puesto de trabajo a un familiar o conocido sin merecerlo son modelos cotidianos de corrupción que no suelen escandalizar. Entonces la picaresca justifica el fraude e interpreta que bastante achuchada la vida está para pagar impuestos o no beneficiarse de regalos e influencias para que se lo llevan otros.
Este razonamiento simplista está bastante arraigado en nuestra sociedad e influye constantemente en el estado de honradez social. Es la clase de hipocresía que se escandaliza y da golpes de pecho ante la corrupción ajena, pero que en su vida privada justifica y disfraza su arbitrariedad. Es ver la paja en el ojo ajeno y justificar lo injustificable.
By Lola Velasco Vélez